La gente me pregunta si no me agoto, si no me canso, de tener que sacar haga frío o calor, salga de currar a una hora u otra... a dos perros. Si no estaria mejor con uno (o ninguno).
Debe ser dificil entender que cuando unos están deseando salir para ir al gimnasio o hacer deporte con los amigos (o las parejas), o sentarse tranquilamente en el sofá, otros estemos pensando en donde encaminarnos esa tarde, y una excusa para hacerlo a pesar de que haya que forrarse de abrigos, impermeabilizarse o incluso, armarse de valor en verano.
Y es que yo no paseo a los perros. Aunque en algunas ocasiones parezca que son ellos quienes me pasean a mi (ay los gaticos...) la mayor parte del tiempo, nadie pasea a nadie. Todos caminamos, buscando un camino entre la huerta y el asfalto, que nos relaje de las horas de encierro. Y ahi bajamos, procurando mantener la etiqueta desde el principio, yo delante, ellos algo atras (bueno, intentando a veces...), saliendo y... tras un ultimo chasquido para los algo rebeldes, y tras aliviar las necesidades más básicas, comienza el camino.
Y con cada paso, se desarrolla el proceso de meditacion. Siempre procurando mantener la espalda erguida (no se puede imaginar lo que eso provoca cuando se pasean perros... ), la mente clara, la vista al frente, no pensando en otra cosa que en avanzar, en dar el siguiente paso, y a la misma vez dejar que los pensamientos fluyan en la mente: el trabajo, esos comandos que se atascan (incluso hay veces que lineas enteras hayan salido de paseos), en los vampiros que se llevan la vida de medio mundo engordando en sus altares, en la colada que hay que tender cuando se vuelva; pasear a los perros puede en ocasiones ser una prueba, si uno de ellos ha aprendido ese movimiento de cabeza que lo libera del collar y pasea su culo chuleta por los solares, orejas al viento, y nariz vibrando a todo tren, saltando entre los matorrales como una liebre color chocolate. La estampa cuando la otra lo consigue es similar, pero más grande, y versión vainilla de la anterior. En esos momentos, hay dos caminos. El primero es desesperarse. Cabrearse contigo mismo y contra el mundo, y sobre todo con el pequeño demonio que pasa de cualquier llamada y te mira mientras se aleja, descaradamente. Pronuncias y piensas improperios varios, mientras le sigues la pista por la huerta (lo que queda de ella, perdón), sintiendote el Felix Rodriguez de la vega del Segura (hay que tomarlo con humor, siempre). La otra, mantener la calma, dar unas carreritas y unos saltos con el que quede a tu lado (si queda alguno) , y andar lentamente en dirección contraria. En esos momentos, la frase es como el zen: para atrapar a ese descarado, hay que pensar en todo menos en atraparlo. En cuanto detecta ese pensamiento (y solo con que pase un segundo por tu mente) Ël lo huele. Lo detecta al instante. Y pega un bote hacia atrás, corriendo otra vez lejos. El vendrá. Pero tienes que apartarlo de tu mente, y seguir caminando, obcecadamente, hacia delante.
Tras dos (minimo) horas diarias de todo esto, y manteniendo recorridos de unos 6-7 km (más los fines de semana, claro), comprendan que me estoy ahorrando una pasta en gimnasios. Y en psicólogos.
Lo malo es que me lo gasto en pienso...